8.03.2015

NO SOLO EN EL DESGARRO

(Artículo aparecido en El Mirador de Cieza en Julio de 2015)
-Por Daniel J. Rodríguez, miembro del Grupo de Literatura La Sierpe y el Laúd.-


Entre los poetas del grupo de literatura La Sierpe y el Laúd confluyen voces poéticas dispares, que han contribuido a reflejar un mundo plural desde el municipio. La alegría, el dolor, la pérdida y el encuentro forman parte de la obra de los poetas de este grupo, como también lo hacen en la obra de todos los escritores universales.

El poeta como lobo herido, lamiéndose el dolor con ojos de lucero; un Allan Poe oteando cuervos negros –tal vez heraldos– allá y acá por la sobredosis de barbitúricos; Panero (Leopoldo hijo, claro, aunque cualquiera de ellos sirve) en el éxodo de un manicomio de Mondragón, solo y loco; Gil de Biedma en el sótano más negro de Barcelona,… A menudo, la imagen del escritor de versos está enmarcada dentro de los parámetros de la melancolía, la oscuridad, la venganza o el desamor. El poeta, que a veces contribuye a la construcción de ese perfil, es visto como un ser hosco, antisocial, incapaz de abandonar la propensión al negro que le permite trazar versos inmortales, eternos. 

Aunque no deja de ser cierta, ésta es una visión superficial y muy limitada de la realidad. Los poetas también viven felices y buscan el regocijo de una buena copa, disfrutan con el Arte u olfatean el sexo. Y lo practican. Y desde esa dimensión de la existencia también son capaces de urdir versos, de cohesionar excelentes libros de poemas. 

Ambas dimensiones, la optimista y la pesimista, son aptas para que surja el poema. Al cabo, la experiencia ofrece al autor la chispa lúcida que inicia la maquinaria de la creación. Después, es en el laboratorio, en el estudio, en el despacho, donde la pieza se elabora y crece. Y ahí, en la alquimia, las vísceras no deberían tomar un papel protagonista. Es preciso algo más –tomen nota algunos poetas, busquen qué es eso del pudor en el diccionario. 

Realmente, poetas elegíacos conviven con poetas hímnicos. Y también en un mismo escritor se dan los dos momentos, se entrecruzan de manera más o menos disciplinada. El vivir volteriano, que aprovecha cada instante, que celebra la existencia, la amistad, el paso del tiempo, también es fuente de inspiración. Los poetas también están en esa brecha.

Es cierto que pesa más lo oscuro, que el desgarro predispone a la escritura. Joaquín Sabina lo dice muy bien: “si uno es feliz, está contento, con una novia a la que ama, se va a la cama con ella, no se pasa la noche escribiendo versitos en cuadernos”. Pero no por ello se puede negar la otra cara de la moneda. ¿Cuántos versos inolvidables nacen del júbilo? ¿Cómo negar a los lectores el participar de estas sensaciones? Es imposible, las estanterías de cualquier lector de poesía están llenas de versos que han nacido tras una sonrisa.

Y quizá un gesto de cordura: ¿a qué andar siempre recordando lo que duele? ¿No será mejor andar continuamente celebrando, bebiéndole cada gota a los días? Sí, es la opción más lógica. Que al final, siendo francos, la vida pasa rápido, es ese mar/morir que ocurre en un pequeño escenario y tiempo habrá, más bien pronto, de comprender que todos, hasta el sol, acaban muriendo. 

Curiosos versos. Al final, todo se entrecruza. Será la vida. Qué paradoja.


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