10.28.2014

MI INFANCIA SON RECUERDOS...

(Fotografía de Canrado Navalón)
(Artículo publicado en El Mirador el 25 de este mes y escrito por el sociólogo, escritor y miembro fundador del grupo de literatura La Sierpe y el Laúd, JESÚS A. SALMERÓN GIMÉNEZ)

A mi madre, in memoriam

En la memoria habitan rincones de felicidad, recuerdos del paraíso: La luz de verano bruñendo los fragantes melocotones, mudando su último verdor en oro; el aire transparente y frío de las mañanas de invierno: los domingos que madre me llevaba de la mano a la primera misa del día en el convento de Las Claras; la huerta en primavera, que cada marzo nos regala la sinfonía de flores que componen sus árboles frutales (albaricoqueros, melocotoneros, almendros, ciruelos…), anegando de luz el breve universo de aquellos días.
Desde muy joven, por esa huerta prodigiosa se aventuraron mis pasos, que se tornaban impacientes al escuchar, al fondo, el rumor de las aguas del río, húmeda serpiente emboscada entre juncos y cañaverales. Era el río Segura, ante el que experimentaba siempre un renovado asombro al acercarme al fragor de su corriente. Cuando cruzaba el Puente de Alambre, tenía que apartar la mirada del fluir incesante de aquellas aguas, atisbadas a través de los costurones y agujeros de los desvencijados tablones del puente, que, vencido por siglos de pasos, carcomido por la codicia del tiempo, a duras penas lograba mantenerse firme al paso del caminante. 
A otro lado del río, la huerta se empina hasta alcanzar el monte que faldea la Atalaya, la mole rocosa que, vertical y poderosa, se irgue sobre el valle. Y allá iba yo, monte arriba, en perpetua búsqueda de aventuras: primero alcanzaba el casón del Tío Perico, antaño venta troglodita, en cuya explanada, junto al habitáculo horadado por puertas y ventanas que hacía de venta, y que refrescaron en su día, según contaban, un pozo artesano y la sombra trenzada de verdes parras, habían celebrado sus bodas y bautizos los ciezanos de la posguerra; ahora sus ventanas se habían convertido en ojos vacíos, en bocas desdentadas sus puertas, costras del monte, oquedades en la tierra arcillosa donde se cobijaban las culebras y los perros asilvestrados, que mostraban sus dientes al visitante desavisado.
Sorteando el aquelarre de los perros, con un palo recio que me había dado mi abuelo para estas, o parecidas, situaciones, seguía escalando la montaña por su lado este, hasta llegar al cerro del Castillo, que da nombre la edificación que lo corona: un castillo de origen musulmán del que sólo queda un triste lienzo de muralla y una torre semiderruida. Bajo el castillo, en su ladera, se halla el poblado islámico de Siyasa que, por aquel entonces, descansaba todavía ignoto bajo tierra. Pasarían algunos años hasta que mi hermano Paco, junto a otros jóvenes aprendices de arqueólogos, encontrarán dos piezas cerámicas con figuras humanas. Tirando de aquel hilo, salió un poblado islámico con 800 edificaciones, que apenas se había tocado desde que sus habitantes, por lo visto, ante lo que se les venía encima, lo cerraran y lanzaran las llaves al fondo de la Historia. (En el lavadero de mi casa, durante algún tiempo, reposó, en un anaquel, una calavera a la que mi madre, en las vísperas del día de los Santos, encendía respetuosamente una mariposa de aceite en señal de oración por el difunto).
Antes de todo aquello, el poblado era para mí tan sólo un cerro pelado, barrido por aires inclementes, en el que tomaba un respiro antes de subir al castillo, cuyo misterio resistía al estado lamentable en que se encontraba. Las leyendas que había escuchado sobre él parecían ulular en el arrastre del viento, y mi corazón se sobrecogía cuando pasaba por la Cueva del Lobo, muy próxima a aquellas paredes derrumbadas. Esta cueva tiene una entrada semioculta entre las rocas, y se desciende a su interior por un estrecho pasadizo que luego se abre de golpe a la bóveda celeste, dejando a la izquierda un inmenso precipicio que parece llegar hasta el fondo del valle, y a la derecha una pared rocosa, casi vertical. El angosto sendero, entre la pared y el vacío, que conduce hasta la salida, al otro lado de la cueva, yo lo recorría siempre con el corazón en un puño, o con los latidos desbocados, pero sin volver la vista atrás, sin arredrarme ante aquel, así me lo parecía a mí, descomunal desafío. Con la última luz naranja del sol bañando la tierra (vencido y desarmado el día por el ejército de las sombras, que se alargaban amenazadoras tras mis pasos), volvía al pueblo donde me aguardaba el estruendoso griterío de los grajos, que volaban enloquecidos, casi a ras del suelo, en el declinar del día. 
El hogareño sonido del entrechocar de los platos al disponerlos madre en la mesa para la cena y su grito pelado al verme, con aquel aspecto desharrapado y cubierto de sangre, como a Cristo cuando lo bajaron de la Cruz, según decía, es lo que más recuerdo del final de aquellas tardes remotas en las que exploraba el mundo. Y, como Ulises al regresar a su verde y humilde patria de Ítaca, olvidaba todos los prodigios que me acontecieron en el día, en el largo viaje de mi infancia.

10.22.2014

Nº 14 DE ACANTO

El Grupo de Literatura La Sierpe y el Laúd quiere informar de que el Nº 14 de nuestra Colección de libros, ACANTO, que contiene una obra del escritor madrileño, JORGE CELA TRULOCK, llevará por título ANOCHECE, PLATERO.

Se trata de un conjunto de relatos breves que conforman un excelente número.

Este libro será presentado el próximo día 21 de Noviembre (viernes), en el Centro Cultural Las Claras que la Fundación Cajamurcia tiene en Murcia, y el día siguiente, 22 de Noviembre en el Aula de Cultura de Cajamurcia de Cieza.

Más adelante os daremos una información más completa sobre el libro y estos actos literarios.

10.13.2014

PEDRO MASSA, CIEZANO: UN CLÁSICO DEL PERIODISMO ESPAÑOL


(Por PASCUAL GÓMEZ, miembro del Grupo de Literatura La Sierpe y el Laúd. Artículo publicado en semanal El MIrador -texto íntegro-)
Periodista, escritor, abogado, comediógrafo, traductor y adaptador de obras teatrales, director de editoriales e historiador, Pedro Massa Pérez (Cieza, 1895; Buenos Aires, 1987) fue considerado el decano de los corresponsales de prensa en el mundo y uno de los grandes del periodismo español. El Grupo de Literatura La Sierpe y el Laúd ofrece unas notas para una biografía, aún inexistente, de este ciezano nacido en la calle Larga que se convirtió en el primer profesional en reunir los premios periodísticos Mariano de Cavia (1933) y Luca de Tena (1936).

Para hacer rubio al moreno hay tintes, pero no los hay para hacer periodista al que no lo es. El periodista tiene vocación o no la tiene. Y si no la tiene, no hay carrera que se la dé. Tiene que curtirse en el oficio, y ha de morir en él pensando que aún no lo sabe todo. Pedro Massa es un ejemplo, sin ir más lejos, que provoca una inmediata adhesión: tal vez sea su temperamento periodístico; tal vez sea ese ardor propio de los hombres arañados por la adversidad; tal vez sea su tolerancia sin límites. Era un ser humano de una inteligencia y de una clarividencia absolutas.

Recién cumplidos sus 38 años, en 1933, ya había ganado un premio Mariano de Cavia por su artículo ‘Sardana en la montaña y sardana en la ciudad’. Tres años después recibiría el premio Luca de Tena por ‘Juguetes’, siendo el primer profesional que obtenía ambos galardones concedidos por el diario ABC. También llegaron más reconocimientos, entre ellos, la Cruz de la Encomienda de Isabel la Católica de manos del rey Juan Carlos I en 1977. Cinco años más tarde recibía también la Encomienda de Número de la misma orden. Él fue el gran periodista español, tan audaz, tan desmesuradamente brillante.

Con tan solo 17 años publicaba su primer libro ‘Realidades y ensueños’ dedicado a personajes relevantes de la sociedad ciezana de su tiempo. Estudió abogacía en Murcia y Madrid y comenzó su fecunda actividad periodística en los diarios El Liberal, Crónica y ABC, manteniendo sus colaboraciones literarias con semanarios murcianos y ciezanos de la época. Transitó con enorme acierto la prensa y dominó como pocos el uso del lenguaje y tuvo una personalidad literaria fuera de lo común. Republicano, en 1933, fue designado por Manuel Azaña gobernador civil de Huesca, abandonando España en plena guerra civil para exiliarse a Argentina.

Vivía retirado desde que en 1981 cumpliera cuarenta y cinco años como corresponsal del diario ABC en Buenos Aires y América del Sur. También escribió en otros periódicos bonaerenses como La Prensa y La Nación, defendiendo con ahínco la cultura española en todas sus manifestaciones y vertientes. Descansaba pues de una trayectoria profesional tan internacional y fructífera como llena de sacrificios, premios y reconocimientos. Abarcó un registro sumamente diverso de retos profesionales como escritor, comediógrafo, traductor y adaptador de obras teatrales, director de editoriales e historiador.

Cuando murió Massa en Buenos Aires el 21 de septiembre de 1987, su viuda y su hija recibieron las muestras de pésame de amigos, colaboradores y representantes de asociaciones de la colectividad española y del mundo cultural y literario de la capital argentina. Dijeron los periódicos que el decano de los corresponsales de prensa en el mundo falleció a consecuencia de una afección cardio-respiratoria. Nueve años después de su muerte, el Ayuntamiento de Cieza dio su nombre a una calle de la ciudad. Cabe recordar que alivió la nostalgia por su pueblo natal regresando al menos en cinco ocasiones.

El periodista ciezano, muy respetado y querido entre la sociedad bonaerense, labraba la amistad, y tenía muchísimos amigos. Y es que conoció y trató a todos los compatriotas que pasaron por este país Ramón Gómez de la Serna, Clara Capoamor y Claudio Sánchez Albornoz. Además, ejerció como promotor y directivo de algunas de las más importantes instituciones españolas en Argentina como por ejemplo la Asociación Española Patriótica. Fue uno de los más firmes y apasionados representantes de la cultura española en Hispanoamérica, donde ejerció con singular brillantez no solo el periodismo sino también la literatura y el ensayo.

Para elaborar esta reseña ha sido necesario rebuscar en su esquiva biografía hasta levantar acta de una existencia apasionante, no solo por la polifacética personalidad de este ilustre ciezano sino por los destellos brillantes de un periodista consecuente con su forma de ver el mundo y de vivirlo. Pero valga este breve artículo para recordarlo, y La Sierpe y el Laúd, como grupo literario ciezano, tiene a bien referir algunos de sus muchos méritos profesionales y literarios. En su haber tiene un póker de obras maestras: ‘Espíritu y color de España’, ‘Murillo’, ‘Esta España inagotable’ y ‘Españoles’. También dirigió la revista Hispania.

Para Massa, el periodismo debía ejercerse con vigor. Era un defensor de la calidad y de la cultura como valores diferenciadores de los periódicos. No solo fue periodista, sino que reivindicó el papel del periodista. A todos los que trabajaron con él dejó una huella enorme. Sobre él dejó escrito Julián Marías en el prólogo de una de sus obras: “Ese apetito vital que ejerce sin preocuparse demasiado en reivindicarlo”. También dijo que “al volver los ojos hacia España, Massa se siente en franquía frente a los temas y aspectos, próximos, remotos, ilustres, menudos, entrañables y divertidos. Por eso nos da una España tridimensional, con olor y sabor, de excepcional riqueza”.

En palabras de Martín Prieto, “tuvo la rara modestia de calificarse a sí mismo como autoexiliado y jamás se enzarzó en las peleas ultramarinas entre rojos y nacionales; gozaron de su amistad desde comunistas hasta falangistas en tanto en cuanto fueran hombres de bien. Republicano cabal, le vimos por última vez con vida en la embajada de España: ya muy viejito y con dificultades para caminar sin ayuda, se tomó la molestia de no rechazar una invitación oficial para festejar el santo del Rey. Fue un gran hombre, frustrado, como tantos, por el cainismo español, pero tocado por la gracia de los que desconocen la miseria del rencor”.

Pedro Massa Pérez tiene, sin duda, un sitio en la historia del periodismo español, al haber sido capaz de desplegar, con una tenacidad inusual, una trayectoria profesional sobresaliente. La vida de uno de los periodistas españoles más grandes de todos los tiempos se apagó definitivamente en vísperas de la primavera austral de hace diecisiete años. Queda su legado, que fue creciendo en la adversidad del exilio. Una obra total, forjada con rigor y sin concesiones. Se trata de un personaje imprescindible para Cieza que ha de ser recordado como un periodista y escritor de gran talento.